mil violetas

Por besarte como si se me fuera la vida en ello,

y abrazarte ávida del olor de tu calor.

Por mis ojos rasgados y tus ojos pequeños

en el crepúsculo de mi inocencia olvidada

del fondo algún cajón desvencijado,

que sigue oliendo a jabón.

Por el instante que te tomé de la mano

al cruzar esa carretera temerosa

la tarde que hubiera dado mi vida por parar el tiempo.

Por arrancarte el miedo que nos distanció,

pero que no logró que nos olvidáramos el uno al otro,

ni tú con alcohol, ni yo con somníferos.

Hasta mi muerte es tuya,

y tendría que pedirte la aurora

para cerrar los ojos por última vez,

sobre el lecho de margaritas que deshojé

noche tras noche desde tu ausencia entre mis delirios.

Por las letras de tu nombre que se enredan en mi cabello,

y que se anclan en mis sueños,

porque si pudiera volcaba la chistera de tus tristezas

y que se convirtieran en palomas blancas

para que volaran lejos y no regresaran jamás.

Por todas las nuevas mañanas llenas de colores

en las que por fin podremos despertar juntos

y que el rocío de las madrugadas

sean las únicas gotas que permitiré que rocen tus mejillas.

Porque en los visillos de mi desidia

se quedó grabada tu silueta,

y las huellas de tus dedos, en mi mente.

Por tus pisadas en la arena de mi alma

y entre las dunas de mi cuerpo

que salvarán tu recuerdo del olvido,

porque no existe marea que se atreva a borrarlas,

sólo la espuma acaricia tus sentidos

y el aroma de tus miradas

que se quedó impregnado entre las caracolas de mi memoria.