Cuando huele a violetas

Es un largo pasillo sin ningún tipo de decoración, de paredes ocres con la calefacción muy alta, me vienen ráfagas de olor a alcohol. Escucho toser y personas quejarse, se palpa en el aire pesado preocupación, tensión y algo de miedo. Enfermeros y algún que otro médico andan de un lado para otro. Una camilla pasa despacio delante mía moviéndose únicamente por ser desplazada. Casi sin vida. De repente todo empieza a ir un poco más lento ante mis ojos, y dejo de percibir ningún tipo de sonido a pesar de que veo bocas gesticular. Creo que me voy a desmayar por que me siento muy extraña y me duele el brazo porque tengo abierta una vía. Afortunadamente estoy sentada. La temperatura empieza a bajar y noto un escalofrío que me recorre toda la espina dorsal que me hace incluso cerrar los ojos un instante, y... vuelvo a oler a violetas. Un nuevo ángel emprende su viaje acompañado de un alma…. Se sientan en las escaleras generales del hospital, se miran entre ellos callados, regalándose silencios. Sin inmutarse, cabizbajos. No es fácil para ellos tampoco. Los más apenados son los ángeles que velan los sueños en la planta de oncología, de pié observando en la cabecera de la cama. Incluso alguno de ellos, derraman sus lágrimas plateadas cuando un ángel pequeñito lo toma de la mano, mientras los padres lloran abrazados, reventados de dolor e impotencia. Las limpiadoras incluso las confunden con gotitas de mercurio de algún termómetro roto por un despiste. Ojalá llegue pronto el día en que esa enfermedad sea solo el signo que me vió nacer.