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martes, 19 de octubre de 2010

Naranjas

Detesto los infantes triunfantes

de gemidos y lágrimas de cocodrilo

pataletas y caras de póquer

al sentirse semidioses en el seno algodonado

del consentimiento ciego y paternal.

Malcriados, despechados y manipuladores

con zapatillas de mil colores

lanzando al aire sin contemplaciones

las monedas ganadas con sacrificio

que pagan su repulsiva pubertad

sus nauseabundos y lujosos caprichos

con el hastío de despertar por la mañana sin esfuerzo de pedir,

lo que les sobra sin merecer.

Pero si mas desprecio aun que a éstos

desprecio a sus repelentes antecesores

por criarlos entre tules, mimos y favores

protegidos del trauma que supone para ellos, llegar a ser mayores.

Mayor me siento yo, mientras observo con tristeza

que empieza a rodearme a cada paso la pobreza

y recuerdo a las historias de la infancia de mi abuela

donde daban gracias por comer naranjas y boniatos

escondidos entre bombardeos, clamando al cielo seguir vivos

para llegar a ser lo que fueron, y enseñarme con orgullo lo que soy

Y lo que nunca quise ser.

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