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sábado, 21 de mayo de 2011

Comuniones

De todas las celebraciones masivamente familiares que conozco la que mas odio es la de las comuniones. En la iglesia no cabe un alfiler porque está repleta de familiares, te tienes que esperar fuera quejándote en silencio de que te aprietan los tacones y maldiciendo la buena memoria del que se acordó de ti para invitarte a tal evento, y ves a los orgullosos papás presumiendo cada uno de su súpermegacámara de video que detecta cada movimiento del susodicho julandrón vestidito de blanco (o de almirante enano) que solo piensa en llegar al convite, hartarse de recibir regalos de 200 euros para arriba y casi todos relacionados con las nuevas tecnologías,( mientras yo pienso en los álbumnes de nácar, parábolas de Jesús, y rosarios que nos regalaban a nosotros, maldiciendo de nuevo la moda de regalar tan caro, que mas bien parece un regalo de pedida) y pensando en la montaña rusa de Disneyland Paris, que va a disfrutar en días con sus orgullosos papis, que a su regreso se regodearan con sus amigos y compañeros del trabajo de que para la comunión de su renacuajo, han pagado 70 euros el cubierto, y se han podido permitir sin esfuerzo el (derroche) “caprichito” de llevarlo a ver a Mickey Mouse.

Lo que no cuentan, es la cuota interminable del prestamazo para poder quedar por encima de todos sus conocidos y seguir aparentando que gozan de una magnífica liquidez aunque de puertas para dentro, ya tengan la despensa llena de sopitas de sobre y de mortadela en lata, para subsistir muuuchos meses; Pero la comunión, es la comunión!!. Para mi es una “single boda”. Es decir, que sale igual de costosa que una boda, pero falta el novio.

El enano merengoso no piensa en que ha recibido a Dios, piensa en que la galleta sosa y mojada en vino que le dio el cura, se le ha quedado pegada en el cielo de la boca, y le molesta, pero tiene que seguir sonriendo, porque la tia Mari ha contratado un fotógrafo para hacerle un carísimo macro reportaje de fotos.

Recuerdo que cuando hice la comunión, disfruté de lo lindo poniéndome el traje lleno de mierda, porque justo al lado de donde comimos mi familia y yo, había un descampado lleno de tablas, ladrillos, y demás enseres que ya no servían, pero que a nosotros nos hicieron disfrutar a todos los primos, toda la tarde en ese nublado día.

Mi madre me contó que cuando ella recibió su primera comunión, todas las niñas de su clase la tomaron juntas, fueron a desayunar un chocolate con churros o galletas en el mismo colegio, y que después de esto, cada una se fue a su casa con sus padres. Aquí no hubo despilfarro de nada, aquí nadie era más que nadie.

Ojalá fuera así de nuevo, y no veríamos competencias de “papa ciervos”, intentando quedar unos por encima de otros, ni yo tendría que rogar cada año, en que no me invitaran a ninguna comunión, y dando gracias al cielo de que por ejemplo, este año no me toca ninguna.

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